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Un zócalo de lacerías de la ‘Casa de Argila’, elegido como la ‘pieza del mes’ de mayo del Museo de Segovia

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Este fragmento fue hallado en la planta principal del edificio, la correspondiente al ‘palacio’ y sus cámaras adyacentes, situado en la calle Daoíz número 21. Los actuales dueños del inmueble donaron la pieza a la Junta de Castilla y León que, por la complejidad ornamental, la investigación ha datado entre los siglos XIII y XIV.

7 de mayo de 2014

Castilla y León | Delegación Territorial de Segovia

La ‘pieza del mes’ es una actividad que el Museo realiza durante todo el año con el fin de acercar al público los fondos que forman la exposición permanente, ofreciendo al visitante una explicación monográfica de piezas representativas de un periodo o manifestación artística que se seleccionan y renuevan cada mes.

Durante este mes de mayo, el Museo de Segovia ha seleccionado un zócalo con decoración de lacería perteneciente a la ‘Casa de Argila’, realizada ‘a lo morisco’. Con unas medidas de 105x91 centímetros, el fragmento correspondería a algo menos de la mitad de un panel de la estancia. Localizada en la Sala D del Museo, dedicada a ‘La Baja Edad Media. Iglesia, nobleza y pueblo llano’, esta pieza forma parte de un grupo de ejemplares bastante afines: los restos hallados en el Alcázar, otras pinturas de la propia ‘Casa de Argila’ y el destacado conjunto de la Torre de Hércules.

La pieza, que contará con visita comentada los sábados de 13.00 a 13.30 horas, se enmarca dentro de la pintura de tradición islámica en Segovia, uno de los capítulos fundamentales del arte mudéjar local. En la documentación bajomedieval, este tipo de trabajos se conocían como ‘pintura de lo morisco’ o pintura de ‘echar cintas’, aunque su desarrollo se retrotrae hasta el califato cordobés y continúa, de forma menos destacada, en los siglos XVI y XVII.

En cuanto a la cronología del zócalo, las investigaciones del catedrático de Historia del Arte y la Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid José Antonio Ruiz Hernando sitúan su realización entre los siglos XII y XIV. La complejidad ornamental de la pieza sugirió una hipótesis sobre esta datación, debido a la evolución estética de las pinturas, cada vez más barroca.

Estas pinturas se encontraron en la planta principal del edificio, la correspondiente al ‘palacio’ y sus cámaras adyacentes, lo que subraya la importancia de estos espacios con una decoración que fue fruto de la seducción que en aquella época ejercía el arte almohade sobre la élite cristiana. La concentración de los ornamentos en los zócalos habla del modo de vida dentro de la casa islámica. Allí, la cotidianidad se desenvolvía a nivel de suelo, donde los ocupantes se sentaban sobre estrados, cojines o alfombras, de modo que su campo visual se adecuaba bien a la altura que solían alcanzar estos zócalos, un metro con veinte centímetros.

Técnica y ornamentación

Desde el punto de vista técnica, Segovia ofrece una interesante variedad. Los ejemplares más destacados de la capital, incluida esta pieza seleccionada, fueron ejecutados al fresco, es decir, sobre un revoco de cal y arena, al que se aplicó el color diluido en agua o agua de cal, mientras la argamasa se mantenía aún tierna. Esta técnica debía ser la más habitual, puesto que era exigencia de las Ordenanzas de Pintores de Córdoba de 1492, “…que el pintor de lo morisco sepa labrar bien al fresco”.

Una vez que el revoco había adquirido una cierta consistencia, se pasaba a dibujar la decoración in situ, para la que no se empleaba ningún tipo de plantilla o estarcido, medios auxiliares que aparecerán más tarde. Comúnmente se practicaban una serie de líneas incisas que delimitaban los diferentes campos ornamentales, marcaban subdivisiones e incluso llegaban a definir los propios motivos. En este fragmento se aprecian todavía varias marcas lineales, así como huellas de compás, que han permitido, gracias al apoyo de un motivo semejante en la Torre de Hércules, ofrecer una hipótesis sobre su proceso de realización, basado en el desarrollo de una estrella de ocho puntas. Remata el conjunto una cenefa formada por dos arcos entrecruzados, de herradura y lobulado.

Respecto a la coloración del fragmento, se corresponde con la dominante en todo este tipo de manifestaciones, un característico tono rojizo proveniente de un óxido de hierro, conocido como almagre. El modo de emplear el color fue siempre el mismo, de forma plana y sin matices, que conjugaba el rojo de la pintura con el blanco del revoco. La composición incluyó un efecto dinámico con la interrupción del desarrollo de los motivos con pequeñas líneas de color blanco, para crear la apariencia de un entrelazado. A este recurso se sumaron detalles en reserva, puntos, vástagos lineales y otros caprichos trazados a mano alzada.