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Una imagen del barroco napolitano de Santa Teresa de Jesús, pieza del mes en el Museo

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La institución artística y cultural segoviana destaca en octubre una elegante escultura anónima de la escritora carmelita, una obra conservada en el convento carmelita de San José de Segovia.

9 de octubre de 2015

Castilla y León | Delegación Territorial de Segovia

El Museo de Segovia se suma a la celebración del V Centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús destacando, durante el mes de octubre, una escultura de la carmelita abulense. Realizada en el siglo XVIII, la pieza es anónima y procede de la escuela napolitana, muy presente en el barroco español y segoviano. De hecho, en recuerdo de su origen y testimonio, la elegante imagen recibe el nombre de ‘La napolitana’.


Revestida del hábito de la Orden –velo negro, toca blanca, capa blanca y túnica marrón ceñida con correa cuya punta asoma bajo el escapulario marrón- Santa Teresa está representada como escritora, actividad que pregonan el ejemplar del ‘Camino de Perfección’ que porta en su mano izquierda y la desaparecida pluma, sustituida por otra decimonónica de plata, que elevaba al dictado divino en su diestra en el momento de recibir la inspiración celestial.

Su rostro ovalado, el sencillo plegado de los paños, así como su sobria policromía indican una datación tardía dentro del siglo XVIII, ya impregnada de los nuevos aires neoclasicistas. Entre los escultores napolitanos de la segunda mitad del siglo XVIII, cuya obra es conocida en España, podría relacionarse con la producción del aún poco conocido Felice Buonfiglio, alejado ya del barroquismo de las obras del primer tercio del siglo y que evoluciona hacia composiciones más serenas y plegados más rectilíneos.


A pesar de esas similitudes, la evidente pericia que demuestra el desconocido escultor de esta imagen a la hora de detallar los plegados del velo o las vueltas del manto recogido bajo el brazo, le separa de las obras conocidas de Buonfiglio en Cádiz y Palencia, no tan esmeradas como ésta, realizada en madera policromada.

La escultura barroca segoviana y la importancia de la corriente napolitana


En el panorama de la escultura segoviana del barroco, entre las abundantes y modestas obras salidas de los obradores locales destacan otras pocas, normalmente de mayor empeño y calidad, que proceden de los diversos centros artísticos que a lo largo de dicho período surtieron el mercado peninsular. Así, por ejemplo, de la escuela vallisoletana en su momento de esplendor se conservan de la mano de Gregorio Fernández el Yacente de la Catedral o el Cristo Salvador de san Andrés; de la escuela madrileña se documentan obras tanto del siglo XVII (el Cristo crucificado en la Catedral o el San Marcos de Martín Muñoz de las Posadas, ambas de Manuel Pereira), como de los escultores cortesanos del siguiente siglo, entre las que descuellan las de Luis Salvador Carmona para La Granja de San Ildefonso.

Más episódica es la presencia de obras de las escuelas levantina y andaluza, aunque en Segovia existen buenos ejemplos de procedencia granadina como el san Francisco de Asís de Pedro de Mena conservado en la parroquia de san Martín, o murciana, como el Niño Jesús del Colegio de los Claretianos y el san Francisco de Asís de Villacastín, ambas de Francisco Salzillo.


De las obras de escuelas foráneas presentes en Segovia durante el Barroco, aparte de singulares ejemplos como el púlpito genovés de mármol de san Francisco de Cuéllar, hoy en la Catedral, y el importante número de obras francesas ejecutadas para los Sitios Reales por escultores de dicha nacionalidad al servicio del Rey (el amplio conjunto de los jardines de la Granja y el retablo del palacio de Ríofrio, actualmente en el trascoro de la Catedral), seguramente fueron las obras de procedencia napolitana las más abundantes en los palacios, iglesias y conventos segovianos.

De hecho, durante todo el barroco, Nápoles fue uno de los principales referentes del comercio artístico entre Italia y España, siendo uno de los objetos destacados las esculturas realizadas en madera policromada con cuidadas policromías y formatos no muy grandes que facilitaran su traslado. Tanto los Virreyes como sus cortesanos y demás funcionarios de la administración española tuvieron un papel fundamental como impulsores e importadores de estas obras.


Desde comienzos del siglo XVII el gusto por lo napolitano se fue intensificando, siendo general la alabanza a la calidad de las piezas allí elaboradas; por ello no extraña que en 1725, cuando el convento franciscano de Cehegín (Murcia) decide la realización de una escultura de su patrona, la Virgen de las Maravillas, el encargo se hiciera en Nápoles por salir de allí las efigies más primorosas y asegurar así que en la hermosura y perfección de atractivo fuese una maravilla. De los talleres napolitanos salieron abundantes imágenes enviadas a España por escultores como los Perrone, los Patalano, Giacomo Colombo, Nicola Fumo, Vincenzo Ardia y otros muchos cuya influencia alcanzó a artistas hispanos de primera fila como Luisa Roldan, la Roldana, o Luis Salvador Carmona.